Ya entrada la noche, mucho después de que todos se habían acostado, Arturo velaba todavía, pensando si su destino, en efecto, era ser rey “Te necesito, maestro”, oró. De pronto vio una luz por debajo de la puerta. Se puso de pie de un saltó y la abrió, pero no era el mago. Era Kay, su hermano adoptivo.
“¿Cómo te encuentras?”, le preguntó Kay. Arturo no supo qué decir, pero al entrar de nuevo en la habitación, respiró profundamente. “Alza un poco más la luz”, dijo. Kay alzó la vela y la luz alumbró tres objetos que habían aparecido en la cama de Arturo: un muñeco de paja, una honda rota y un espejo agrietado.
“¿Ves esas cosas?” , preguntó Arturo con voz extraña. Kay se mostró confundido. “Las veo, pero no significan nada para mi.
“Pedí la ayuda de Merlín y aparecieron estas cosas. Este muñeco fue mi primer juguete”, dijo Arturo levantándolo. “Debía de tener dos años cuando Merlín lo hizo para mi. Esta honda rota la hice con la piel de un venado y una horqueta cuando tenía ocho años. Este espejo agrietado lo encontré en el bosque cuando tenía doce años. ¿Sabes qué tienen en común?” Kay sacudió la cabeza. “Fueron las cosas más importantes que tuve, cada una en su momento, y ahora míralas”.
“Basura inservible”, murmuró Kay
“Sin embargo, siento una enorme dicha al verlas porque sé que Merlín ha estado conmigo todo el tiempo. Verás, Kay, cuando tenía dos años solamente deseaba juguetes; cuando tenía ocho sólo deseaba cazar golondrinas y ardillas; y cuando tenía doce sólo deseaba mirarme en el espejo para saber si a las niñas les parecería apuesto o feo. Aunque dejé atrás todas esas cosas, cada una de ellas fue un peldaño para llegar a este momento. También algún día depondré la corona, aunque sea mi único deseo y destino ahora”.
Kay era un alma simple e intrépida que reverenciaba a la monarquía. Por lo tanto se escandalizó. “¿Por qué habría alguien de deponer la corona?”, preguntó asombrado.
“Porque llegará el momento en que será tan trivial como un muñeco, tan inútil como una honda rota, y tan vana como un espejo. Creo que eso es lo que Merlín quiso que viera”.
Los magos jamás condenan el deseo. Fue siguiendo
sus deseos como se convirtieron en magos.
Todo deseo nace de un deseo anterior. La cadena
del deseo jamás termina. Es la vida misma.
No consideres inútil o equivocado ninguno de tus deseos
— algún día todos se cumplirán.
Los deseos son semillas a la espera de la estación
propicia para germinar. De una sola semilla
de deseo nacen bosques completos.
Aprecia cada uno de los deseos de tu corazón,
por trivial que parezca. Un día, esos deseos triviales
te conducirán hasta Dios.
Se puede encontrar más en "El sendero del mago", de D Chopra.
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