Solo fluir......
Dejar que lo que suceda, ocurra. Que lo que ocurra, suceda. Que el corazón guíe, y los pasos sigan sus huellas. Mirar al frente, y no predeterminar el futuro. Dejarse llevar por las cosas simples de la vida, no perder el tiempo en lo inerte. Sentir los latidos del corazón y a ratos volar. Soñar, y luchar porque la vida sea la utopía de los sueños encarnados.


"La magia va, viene, vuela. ...

Nace en los ojos, en la mirada,

en el alma, en el corazón.

Se feliz con la magia del Camino,

vuela libre con ella,

y que nada ate tu corazón.

Quiere a los que caminan contigo

y se feliz con ellos.

No llores por los que van más adelante o más atrás.

Vive el presente en el que la magia nos une a todos"



“Cada uno está hilando y tejiendo un mundo mágico en torno de sí mismo... Y cuando se comprende esto, las cosas comienzan a cambiar. Entonces puedes modificarlo, mejorar y transformar tu mundo.."

jueves, 26 de marzo de 2009

LA ORDEN DE LOS CABALLEROS TEMPLARIOS


"Que la tierra se vaya haciendo camino ante tus pasos, que el viento sople siempre a tus espaldas, que el sol brille cálido sobre tu cara, que la lluvia caiga suavemente sobre tus campos y, hasta tanto volvamos a encontrarnos, que Dios te guarde en la palma de sus manos" (Antigua despedida de los peregrinos.


La orden de los templarios fue fundada en Jerusalén en 1119 por Hugo de Payns y otros ocho caballeros franceses más, con el nombre de pobres caballeros de Cristo. Su misión era proteger a los muchos peregrinos que acudían a los Santos Lugares. Más tarde, el rey de Jerusalén, Balduino II, los instaló en un palacio cercano al antiguo templo de Salomón, por lo que cambiaron su nombre por el de Caballeros del Temple. Con la ayuda de San Bernardo de Claraval, que redactó su regla, severa y ascética, la orden creció rápidamente. Durante la época de las Cruzadas, los templarios participaron muy activamente en la defensa de Palestina, donde poseían numerosas fortalezas. Al mismo tiempo actuaron como banqueros de los peregrinos, por lo que obtuvieron grandes riquezas. Al ser expulsados los cristianos de Palestina, los templarios se retiraron a Chipre. También tenían comunidades, o templos, en Europa. En la península Ibérica se establecieron durante el siglo XII, primero en Cataluña, Aragón y Navarra y posteriormente en Castilla y León. Tenían a su cargo la defensa de las fronteras y participaron en numerosas expediciones contra los musulmanes (conquista de Lérida, Tortosa, Cuenca, Valencia, Mallorca, batalla de las Navas de Tolosa, etc...). A la muerte de Alfonso I el Batallador fueron nombrados herederos, junto con otras órdenes militares del reino de Aragón; a cambio de su renuncia a la herencia recibieron diversas fortalezas. En Francia, los templarios se habían convertido en banqueros de los reyes. Felipe IV de Francia, el Hermoso, ante las deudas que había adquirido con ellos, convenció al papa Clemente V de que iniciase un proceso contra los templarios, acusándoles de impiedad (1307). El gran maestre de la orden, Jacques de Morlay, y 140 miembros fueron arrestados. Considerados inocentes en el concilio de Vienne (cuatro años después), Clemente V disolvió la orden y creó una comisión que reemprendió el proceso. Fueron condenados a prisión, pero el consejo real de Felipe IV los sentenció a muerte por relapsos. El rey francés se apoderó de sus bienes mobiliarios, aun entregando sus posesiones a los hospitalarios. En los otros países europeos las acusaciones no prosperaron, pero, a raíz de la disolución de la orden, los templarios fueron dispersados, y sus bienes pasaron a la Corona (Castilla), a otras órdenes militares ya existentes (Aragón y Cataluña) o a órdenes de nueva fundación (Montesa en Valencia y de Jesucristo en Portugal).


El abad Bernardo (futuro San Bernardo de Claraval) en su escrito "De laude novae militiae" ofrecía esta semblanza del nuevo caballero del Temple (en una época donde era considerada una muestra de debilidad y vanidad el peinarse o lavarse demasiado):
Para cada uno de ellos la disciplina es una devoción y la obediencia una forma de respetar a sus superiores: se marcha o se regresa a la indicación de quien supone la autoridad. Todos llevan el vestido que se les ha proporcionado y a nadie se le ocurriría buscar fuera comida o ropajes. Porque estos caballeros mantienen fielmente una existencia compartida, sencilla y alegre, sin esposa ni hijos. Jamás se les verá ociosos o buscando aquello que no les interesa. Nunca dan muestras de ser superiores a los demás. Todos muestran más respeto al valiente que al noble. Odian los juegos de los dados y el ajedrez, por nada del mundo participarían en cacerías, se rapan el cabello al ras, en ningún momento se peinan, en escasas ocasiones se lavan, su barba siempre aparece hirsuta y sin arreglar, van sucios de polvo y su piel aparece curtida por el calor y la cota de malla. Un Caballero de Cristo es un cruzado en todo momento, al hallarse entregado a una doble pelea: frente a las tentaciones de la carne y la sangre, a la vez que frente a las fuerzas espirituales del cielo. Avanza sin temor, no descuidando lo que pueda suceder a su derecha o a su izquierda, con el pecho cubierto por la cota de malla y el alma bien equipada con la Fe. Al contar con estas dos protecciones, no teme a hombres ni a demonio alguno. ¡Moveros con paso firme, caballeros, y forzad a la huida al enemigo de la Cruz de Cristo! ¡Tened la seguridad que ni la muerte ni la existencia os podrán alejar de su caridad! ¡Glorioso será vuestro regreso de la batalla, dichosa vuestra muerte, si ocurriera, de mártires en el combate!

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